Lo que sigue en pie

Mateo no habla de su infancia.
No porque la niegue.
Solo… no quiere volver ahí.

Nunca culpó a su madre.
Ella hizo lo que pudo.
Y su padre, simplemente, no estuvo.

Desde entonces aprendió a guardarse las cosas.
A no pedir.
A no molestar.
A beber cuando no sabía qué hacer con lo que sentía.

Después nacieron sus hijos.
Y todo cambió.
No de golpe.
Pero cambió.

Empezó a asistir a un grupo de ayuda mutua.
A dejar de esconderse.
A tratar de ser el padre que él nunca tuvo.
El que escucha. El que está.

Iba bien.
Hasta ese jueves.

Oficina cerrada.
Tarde sin rumbo.
Una excusa pequeña que terminó en lo mismo de siempre.

Llevaba un mes asistiendo al grupo.
Y en los ojos de su mujer, por primera vez en mucho tiempo,
había un brillo.

No era solo amor.
Era esperanza.
Confianza.
Incluso orgullo por lo que Mateo estaba logrando.

Ella quería creer.
De verdad.
Que esta vez era distinto.
Que era posible.

Cuando Mateo llegó a casa, los niños ya dormían.
No dijo nada.
Tampoco ella.
Pero al verla, lo supo.

En su rostro estaban todas las palabras que no necesitaban pronunciarse:
dolor, decepción, cansancio,
traición, tristeza.

Y entonces Mateo sintió su dolor como si fuera suyo.
Y lloró.
Pero no por fuera.
Porque de niño, lo obligaron a aprender a no llorar.

“Los hombres no lloran”, le decía su madre.
Y él lo creyó.

Solo se cambió de ropa.
Y se acostó junto a ella.

Ella lo miró a los ojos por un momento.
Y luego, sin decir una palabra,
se dio vuelta.
Y se durmió.

Mateo se quedó en silencio.
La noche estaba oscura, pero no vacía.
Miró alrededor.
Y entonces la vio:
una Biblia, abierta sobre la cómoda.
Sin marcador.
Sin señal.
Solo abierta.

Se acercó, y sus ojos cayeron directo sobre el texto:

1 Corintios 13:4
El amor es paciente, es bondadoso…

Sintió algo en el pecho.
No por el versículo en sí,
sino por lo que significaba para él.

Esa era la inscripción que él mismo mandó a grabar en el anillo de compromiso.
La misma.
Cuando todavía creía —o quería creer— que el amor podía con todo.

Cerró la Biblia con cuidado.
Y volvió a acostarse.

No tenía control sobre lo que ella estaba sintiendo.
Ni sobre el daño que había hecho.
Pero sí sobre algo:

Todavía quería luchar por todo lo que él ama.

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